5.6.08

S.D.Ponferradina 1 - 1 Mérida U.D.


Momento del gol romano que significaba el 1-1

La tristeza devoró ayer al Mérida con su cara más despiadada. Pero no se desmoralicen: también los finales tristes son acogedores, sobre todo si el argumento ha sido todo un deleite. Vean por ejemplo Casablanca. Tal y como le sucedió a Bogart en la película, el Mérida perdió anoche a la chica luchándola hasta el final. Pero, a la vez que la perdía, estaba ganaba. Ganando un surco por el que continuar. Ganando un borrador para reanudar el proyecto. Ganando, sobre todo, a una afición, a una ciudad. Porque no existe mayor unión que en las penas, y anoche la del Mérida se compró una de las grandes, de las impotentes. Impotente porque estuvo a un solo y miserable gol de apear del ascenso al campeón del grupo II, a un estadio repleto y una ciudad empujando desde fuera, a jugadores propios de Segunda A, a un presupuesto que le sobrepasa hasta en tres ocasiones.Si el correctivo por parte de la Ponferradina hubiese sido ejemplar, Mérida se hubiese vuelto sosegada y consciente de que la proeza ya había alcanzado dimensiones titánicas hasta el día de ayer. Pero el correctivo no fue ejemplar sino mínimo. Acaso injusto. No mereció el Mérida eliminación alguna. Le plantó cara a un señor equipo en el Romano, fue mejor que él en la ida y parte de la vuelta, nunca le volvió la espalda a los partidos ni en la más llamativa de las adversidades y, lo que es más sugerente, repartió miedo en cada uno de los bercianos que abarrotaron ayer El Toralín.Y eso que su efectividad, la de los locales, le sonrió al primer guiño de ojo. A la primera llegada blanquiazul a la meta de Orlando, el Mérida facilitó su típico guión: un fallo defensivo, descolocación por inercia, Ernesto que se planta solo ante Orlando y gol. La capacidad efectiva de la Ponferradina se ha antojado estas últimas dos semanas irrepetible: cuatro llegadas peligrosas en dos partidos y tres goles. Más por menos no existe. Pero el Mérida era consciente que el gol no cambiaba tesitura alguna. El panorama seguía siendo claro: se plantó en Ponferrada con el objetivo de marcar dos tantos y en ello seguía. Pero con lagunas que condicionaban la confianza. De todos.Nunca antes se sufrió un Mérida tan nervioso, despistado y fallón en defensa, y eso que no venía siendo su línea más fuerte en el último tramo de la temporada. Lupidio era superado por Teo, Juli Ferrer no se entendía con su lateral izquierdo y en cada fallo del Mérida, aguijonazo de la Ponferradina. Así, antes de que el Mérida le hubiera mirado a los ojos a Cabrero y le hubiera lanzado un desafío, Orlando ya había salvado a su equipo de una eliminación prematura. Primero a cabezazo de Teo y segundo a doble remate de, otra vez, Teo y luego Mantecón. Pero entonces el Mérida, que quería y manoseaba el cuero a su antojo aunque andase desaparecido tanto atrás como arriba, comenzó a recordar que muy pocos equipos coleccionan tanta artillería como él de medio campo hacia adelante. Primero probó Luciano y luego Juli Ferrer en el remate, pero el peligro resultó insuficiente para merecer empatar el partido.Y con la Ponferradina manejando el ritmo, que no el encuentro, el duelo llegó a su último descanso. Y como si de una costumbre se tratara, el Mérida salió sintiéndose gigante, sintiéndose Newman ante un actor de reparto, creyéndose hermoso e inmortal. Y así, comenzó a tutearle al esférico, a sobarle, a recitarle pases coherentes. Y así llegó el gol, en un corner de los que tanto botó. Zafra, magistralmente, la teledirigió a la cabeza de Juli Ferrer en el primer palo. El capitán remató y multiplicó por el infinito el sueño de una nueva proeza. Y sin embargo, lo grandioso no fue el empate, sino la sensación de terror que se incrustó en cada una de las almas bercianas de El Toralín. Angustia tal vez sería la palabra ideal para definir las sensaciones de todo el estadio. Felicidad la que resumía el irreductible poblado romano que se había levantado a la izquierda del fondo sur. Y la tropa de Luciano comenzó a tirar de repertorio. O sea, de ocasiones. La Ponferradina, por su parte, continuaba tirando de contras para asustar al Mérida, perdía tiempo cada vez que el partido se lo permitía, amasaba la posesión y jugaba a los ronditos cuando el Mérida necesitaba minutos para respirar. Al final, pelotazo arriba buscando la suerte que hasta esta eliminatoria nunca le había abandonado. Pero esta vez no llegó. Inmerecidamente. Bastante suerte había tenido ya la afición a lo largo de la temporada por disfrutar de un equipo ilusionante.

Imagen de los 300 aficionados romanos desplazados a Ponferrada.

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